El 3 de febrero de 1671, día de San Blas, ocurrió un fenómeno meteorológico conocido como parhelio que los habitantes y visitantes de Cifuentes (Pues coincidió con uno de los dos grandes mercados de la ciudad) identificaron como un milagro. A modo de curiosidad apuntamos que este fenómeno se da, de forma natural hasta el mediodía, pero los testigos afirmaron que perduró hasta las diez de la noche.

Tan impactados quedaron, que Pedro Girón Bueno (Perteneciente a la hidalguía de Cifuentes y sacerdote) se retiró a la conocida comúnmente por «Cueva del Beato», venerada durante toda la Edad Media por situar allí la tradición el martirio de San Blas de Oreto. Había un santuario bajo esta advocación y otro dedicado a Nuestra Señora de Loreto. Cuando Madoz escribe su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1850) cuenta dos altares y uno subterráneo.

A Pedro le siguen otros cinco clérigos y tras obtener licencia, aprobada por el papa Inocencio XI (1611-1689), fundaron este oratorio para retiros más o menos temporales.

Pedro Nolasco Caballero (Canónigo de la Catedral de Sigüenza) ofició el sermón que siguió a la instalación del Santísimo Sacramento, acompañado del provisor de la orden y el vicario general del obispado saguntino.

Muy poco tiempo después, en 1678, un incendio inhabilitó la casa aneja al pequeño santuario, el cual también se vio en menor medida afectado. Inmediatamente Pedro López de la Vega (Misionero apostólico y prepósito de la congregación) dirigió un memorial a Carlos II (1661-1700) solicitando limosna para levantar un inmueble más capaz. A pesar de que desconocemos si tan siquiera hubo respuesta del monarca, el proyecto sí que pudo llevarse a en ese mismo año cabo gracias a la limosna tanto de personas adineradas como pobres residentes en la villa, destacando las aportaciones de Pedro Girón, Pedro de Godoy (1599-1677, Obispo de Sigüenza), y Juan Bautista Benavente.

Los principales benefactores fue la familia condal de Cifuentes, sobre todo en sus comienzos, luego el número de donantes fue aumentando como con el testamento de María Delgado (Viuda de Domingo Olivari, cuyos fondos financiaron entre otras obras la sacristía y el pretil en 1753) o las aportaciones de Lorenza de Cárdenas Manrique (-1681), mujer de Lorenzo Manrique Ramírez de Prado (-1658, Caballero de Santiago y del Consejo del rey)

Uno de los más ilustres miembros fue Juan Bautista Losa y Alcázar (1627-): Capellán mayor de San Isidro, donante y prepósito durante nueve años.)

Cuando Madoz escribe el diccionario anteriormente nombrado, esta casa, donde en sus últimos tiempos habitaban cuatro filipenses ya había sido cerrada y estaba custodiada por un ermitaño.

La Cueva del Beato fue destruida parcialmente por los bombardeos sistemáticos de la aviación alemana durante la guerra civil, tras ella se rehabilitó, adquiriendo el aspecto actual.

El pavimento de terrazo moderno oculta la lápida sepulcral situada ante el altar mayor a la memoria del ermitaño Bibiano Gil (1905), protagonista de una de las historias populares más conocidas en el municipio.

Sobre la puerta de ingreso adintelada encontramos un escudo pétreo de la Orden de San Francisco, del convento de la misma localidad.

La villa colocó en la cueva un Santo Sepulcro, cuya imagen del cristo yacente fue venerada hasta su destrucción.