Será el primer convento de recoletos de la provincia de San Diego de Canarias. Fue nombrada casa de noviciado y en ella se celebraron los capítulos intermedios que se sucederían en el último tercio del siglo XVII y XVIII.

El pueblo aclama para levantar un convento a mitad de camino de las Realejo de Arriba y Realejo de abajo. Los beneficiarios de las dos parroquias matrices lo situaron donde estaba la ermita de Santa Lucía y en la orden de los franciscanos recoletos.

Gaspar Rodríguez del Castillo otorgó la licencia el 26 de enero y cinco días más tarde la comunidad franciscana otravense dio permiso.

Porcia Magdalena de Lugo, princesa de Ásculi y poseedora del arrendamiento ordena al administrador de la Hacienda de Los Príncipes que disponga el lugar necesario, tomándose posesión de la ermita y el lugar el 1 de febrero de 1610, aunque el provisor Rodríguez ordena que los franciscanos no entren ni digan misa hasta que esté construido el convento y cumplidos los preceptos fundacionales.

La contratación de la edificación se concertó en 1612, aunque el campanario no se finalizara hasta 1727.

En 1762 estaba habitado por catorce frailes, en 1805 eran cinco y en 1817 no quedaban legos ni coristas que cantaran durante los oficios litúrgicos.

En 1820 es cerrado por no llegar al número de profesos necesarios para continuar, y en 1825, al ser derogada la Constitución de Cádiz retornan los frailes a él.

Tras ser desamortizado en 1836 (momento en el que estaba servido por tres frailes) se conserva la portada de la cantería gracias a la Comisión de Monumentos Histórico-Artísticos que frenó la acción destructiva de la Junta de Demolición. El resto del inmueble queda en total abandono.

La techumbre del cenobio se derrumba en 1860.

La capilla será pasto de las llamas en 1865, tras lo cual se reparte su patrimonio entre las dos parroquias matrices.

Actualmente está emplazado el campo santo en la ubicación de este antiguo convento.