El colegio de San Ignacio de Logroño es el primer colegio jesuita en establecerse en la Diócesis de Calahorra y la Calzada. No contó con patronos ni fundador, se llevó a cabo por la iniciativa del propio Ignacio de Loyola y el obispo de la Diócesis de Calahorra, Juan Bernal Diez de Luco. El establecimiento de Logroño se inicia con dificultades y pocos recursos pues, no contó con fondos de primitiva fundación ni cargas de fundación. No contó con patrocinio real ni de la nobleza. El propósito de la Compañía al establecerse en Logroño es, cubrir el vacío formativo y pastoral de esta Diócesis, conseguir rentas para la Orden y satisfacer la demanda del la burguesía creciente de la ciudad, ya vinícola. Aún no cumpliendo ninguna de la directrices, que el propio Loyola había marcado para el Ordenamientos de Colegios en 1553, se acepta la creación. En 1556 llegan los primeros padres jesuitas a Logroño y en 1559 se establecen en casas prestadas por el canónigo, de la ciudad, Francisco Medrano. Como el resto de colegios de la Compañía encontró la oposición del clero y otras órdenes ya establecidas. Pero contaba con el apoyo del concejo y de la burguesía creciente, que demandaba estudios superiores y ostentación para sus familias. En 1564 los jesuitas compran casas propias, donde dos años más tardes comienzan a impartirse clases, de forma intermitente y precaria. En este espacio donde se establecen es donde se construirá, veinte años después, el colegio definitivo. En 1570 cuentan con 60 alumnos. Su situación económica es difícil y apenas pueden mantener a la comunidad, en 1572 el provincial se plantea trasladar el convento. Será en 1590 y gracias a donaciones sustanciosas como las de Catalina de Enciso, hija de Juan de Enciso, contador de Carlos I/V, las que permitieron la construcción del Colegio y la adquisición de una finca en la villa de Lardero, que permitieron la supervivencia y desarrollo de este Colegio-convento. Por otro lado el concejo acordó la donación de una renta de 2000 reales anuales, durante ocho años para el establecimiento de una Cátedra de Gramática. Para ello necesitaron del permiso real que, no llegaría hasta 1599. Fue por lo tanto un centro de tipo medio, que partió con limosnas y que funda su colegio en 1590. Algunos historiadores, consideran al obispo, Gabriel de Esparza, su patrono por donar en 1584, 24.000 ducados que aseguraban la impartición de clases de Filosofía y Teología y el derecho de patronato para el y los obispos que le sucediesen. Finaliza su actividad en 1767 como consecuencia del Decreto de expulsión promulgado por Carlos III (1759-1788).