Bibliógrafo, erudito y escritor. Comenzó su formación en su villa natal y de ahí pasó a la Universidad de Salamanca donde estudió medicina. En la ciudad universitaria entró en contacto con personajes destacados de los círculos intelectuales como el obispo Antonio Tavira o el editor Francisco de Tójar. Su primera incursión en el periodismo satírico fue a través de la publicación El soplón del diarista de Salamanca. Trabajó como aposentador del ejército francés y fue oficial de la Contaduría de Propios de Salamanca. En 1805 ganó la cátedra de francés de la Real Casa de Pajes lo que supuso su traslado a la Corte y su entrada en contacto con la vida cultural de la capital. Fruto de esa época fueron publicaciones que abarcaban temáticas diversas y centradas en la erudición filológica y la historia de la medicina.

Vivió el levantamiento del 2 de mayo en Madrid y de allí pasó a Extremadura donde colaboró con la organización de la insurgencia antinapoleónica. En 1811 fue nombrado bibliotecario de las Cortes reunidas en Cádiz. Allí publicó su Diccionario satírico burlesco donde se condensaban los principios fundamentales del pensamiento liberal ilustrado. La publicación generó una honda controversia y Gallardo sufrió por ello detención y prisión durante varias semanas. También por esta época fue redactor de la Abeja española, publicada primero en Cádiz entre 1812 y 1813 y que, con el traslado de la Corte a Madrid cambió su nombre por el de Abeja madrileña.

Con el regreso de Fernando VII huyó de España y se dirigió a Inglaterra a través de Portugal. Fue juzgado y condenado a muerte en rebeldía. En Londres continuó con su labor literaria y entró en estrecho contacto con el grupo de exiliados liberales. El Trienio Liberal supuso su regreso a España pero, la intervención de la Santa Alianza supuso su detención y posterior destierro en Castro del Río. Con la regencia de María Cristina su actitud no cambió en exceso y fue un acérrimo crítico del moderantismo liberal. En 1837 fue elegido diputado y su actividad parlamentaria le permitió seguir con esa vía crítica y muy especialmente, con Martínez de la Rosa. Se jubiló en 1841 pero eso no significó el cese de su actividad literaria y erudita y desde su retiro Toledo, en la finca "La Alberquilla" trabajó en bibliotecas de Toledo, Madrid, El Escorial y Valladolid.