Institución
Consulado de España en Livorno
1655
Las primeras noticias que tenemos acerca de la necesidad para la creación de un consulado español en Livorno fueron transmitidas en 1606 por el residente en Venecia, Íñigo de Cárdenas, al secretario de Estado, conde de Villalonga. El ministro planteaba la utilidad y necesidad de tener a un representante estable en Livorno, a la que daba la misma importancia como puerta de Italia que a Génova y Venecia. Debido a la relevancia que empezaba a tener geoestratégica y comercialmente el puerto de Livorno, esta presencia debía materializarse, según el ministro, a través de la figura de un cónsul. Pero la función del cónsul debía ir más allá de lo referente a lo puramente comercial, uniendo a sus tareas la de informador para la Corona. En este sentido, Íñigo de Cárdenas indicaba lo siguiente:
"...VM. tendría por útil a su Real servicio se pusiese en Liorna un cónsul de la nación española que siendo éste algún hombre sagaz y prudente, podrá con el cuidado de mirar por los súbditos de VM tener los ojos abiertos a más...".
El que España nombrara de repente a un cónsul podría levantar los recelos del gran duque de Toscana, por lo desde el Consejo de Estado se proponía introducir de forma paulatina un cónsul español: que el primer cónsul fuese napolitano, el segundo hijo de español y el tercero español.
Sin embargo, el primer cónsul de la Monarquía en Livorno no fue finalmente nombrado hasta 1655. Se eligió a un florentino, Antonio Borgi, que fue nombrado en 1655 cónsul de la ciudad y Reino de Nápoles para el puerto de Livorno y, posteriormente, cónsul en 1658 de la nación española y de todas las demás súbditas de la real Corona.
A Antonio Borgi, muerto en 1676, le sucedió Andrés de Silva, nombrado en 1677. Andrés de Silva, nacido en Valencia, era hijo de un portugués. Su nombramiento puede haberse debido a la importancia que en la plaza de Livorno habían adquirido los judíos. El nombramiento de Andrés de Silva, un cónsul con raíces portuguesas y familiarizado con los hombres de negocios sefarditas, se enmarcaba, sin duda, en un proceso calculado de control de los movimientos que se daban en el puerto a través de una persona que conociera las prácticas que en él abundaban así como de las redes que controlaban el comercio en el panorama internacional del momento.
La llegada al consulado de Andrés de Silva marcó el comienzo de una dinastía de cónsules de la familia Silva que se prolongó hasta 1803. La preminente situación de esta familia se reforzó con la adquisición en 1698 por parte de Andrés de Silva del marquesado de la Banditella.
Francisco Zamora Rodríguez: La "Pupilla dell' occhio della Toscana" y la posición hispánica en el mediterráneo occidental (1677-1717). Fundación Española de Historia Moderna. Madrid, 2013.