A principios de siglo, en 1606, la orden trinitaria tenía intención de abrir convento en la ciudad de Granada. Envían varios representantes en nombre de la orden para conseguir las licencias y buscar ubicación pero se encuentran con la negativa del arzobispo Pedro Castro y Quiñones que se oponía por haber ya en Granada veintisiete conventos de otras órdenes. En 1607 llega el propio reformador de la orden, Juan Bautista de la Concepción, con la misma intención y carta a favor de la nueva fundación firmada por el duque de Lerma y una cédula real del propio rey Felipe III. Aún así el arzobispo mantiene su postura y niega la fundación.

Los trinitrios que estaban en Granada quedan en la ciudad viviendo en diferentes casas a la espera de la licencia. Mientras tanto dan hábitos a jóvenes de la ciudad que quieren formar parte de la orden recien renovada. El arzobispo les amenaza con expulsarles de la ciudad si siguen ordenando a nuevos miembros ya que entendía que era una forma de presionarle, aumentando el número de trinitarios en Granada.

Finalemente cumple su promesa y les expulsa en 1608.

Hasta 1610 se da esta situación. Ese año el arzobispo Castro y Quiñones es enviado a Sevilla y sería sustituido por el franciscano Pedro González de Mendoza. En su nuevo puesto les pide tiempo y paciencia a los trinitarios pero les promete la licencia para la fundación.

Durante la espera los trinitarios de Granada consiguen informes de otras órdenes y del Concejo de la ciudad a su favor. Buscan unos solares que van comprando en la calle Osorio.

Al fin, en 1613 se hace el traslado al nuevo convento y su iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia.

La virgen que custodiaban cobró fama de milagrosa y el convento se convirtió en lugar de peregrinación por lo que recibían numerosas donaciones. Todo esto hizo que, en poco tiempo el convento se quedara pequeño para acoger a los propios monjes por lo que compraron varias huertas y levantaron el nuevo y definitivo convento. Así ocurre en 1620.

Vivieron cómodamente gracias a la fama de la virgen y a derechos sobre diferentes propiedades.

En 1810, con la llegada de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia el convento tuvo que ser abandonado obligados por el decreto de exclaustración emitido por el nuevo gobierno del 18 de agosto de 1809.

En 1812 pudieron regresar pero los bienes del convento habían sido tomados por los franceses. Sufrieron grandes daños y grandes pérdidas.

No llegaron a recuperarse totalmente cuando se vieron afectados por las medidas de exclaustración durante el Trienio Liberal. La huerta saldría a subasta en 1822 y fue adquirida por un vecino de Granada.

Siguieron habitando en el convento hasta 1835. Fue entonces cuando se vieron obligados a abandonarlo de forma definitiva.

En 1838 se vende el convento a otro particular. La venta incluía la iglesia, sacristía, el patio, los corrales y el claustro.

En 1881 se produjo un incendio que destruyó totalmente el antiguo convento. Los restos serían comprados por el arzobispo de la ciudad en 1886 quien reformaría totalmente la estructura e instalaría allí la sede de un seminario.

Durante muchos años cubrió esta función hasta que la curia decidió ir vendiendo los terrenos que se han ido convertiendo, en la actualidad, en locales comerciales, viviendas particulares y plazas de aparcamiento.