Del convento de la Merced de Almazán, situado en su día extramuros de la villa, en la calle de la Merced y cerca del campo de San Francisco, una de las zonas de mayor población hoy, apenas se conserva su fachada barroca, parte de los claustros y lo que fuera la capilla mayor de su iglesia. Sus fundadores, la Orden de la Merced, ejercieron a lo largo de seis siglos, aproximadamente, una gran influencia en la vida diaria de los aldamantinos.

El convento mercedario de Almazán existía ya al finalizar el siglo XIII, según estudios, época de la expansión de la Orden por Castilla, apareciendo en las bulas pontificias juntamente con las de Burgos, Valladolid, Toledo, Soria, etc.

En las historias generales de la Orden y en la particular de este convento, se detallan pormenores de la intervención de los Comendadores y frailes de Almazán en los capítulos y heroicas empresas. Asimismo, entre los moradores de los siglos XVII y XVIII, se citan algunos renombrados por su cultura, como fueron el P. Ortiz de Luyando, el P. Henao, el P. Silvestre Fernández, autor, siendo Comendador, de la curiosa obra Ceremonial de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, impresa en Madrid en 1643.

Llegó a su máxima prosperidad en el siglo XVIII, con gran esplendor en el culto, estudios y apostolado. Luego, las órdenes de Carlos III reducen la comunidad; después, la guerra de la independencia y las luchas políticas, fueron preparando la ruina total del monasterio, hasta que la desamortización lo puso en manos particulares. En su recinto vivió, murió y está sepultado el gran dramaturgo español, Tirso de Molina.