Concesiones de títulos nobiliarios
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Hasta los Trastámara los títulos nobiliarios no eran hereditarios. Existían los Ricos hombres (hombre poderosos en haciendas y vasallos de gran linaje y privanza y autoridad con los reyes). Estos solían ser denominados para determinados cargos de administración de gobierno y justicia, y manejo del ejército en determinados territorios (marcas, condados, adelantamientos...). Así durante la alta Edad Media un conde era el tenente de un territorio que lo gobernaba con ese título, de forma temporal y como mucho de manera vitalicia. En el siglo XIII prácticamente habían dejado de existir. Con el advenimiento de la dinastía Trastámara se comienza a conceder títulos nobiliarios con carácter hereditario: el primer conde fue el de Niebla en 1371 y el primer duque, Bertrán Dugesclin, también en 1371 ambos concedidos por Enrique II.
En cuanto a la forma, en un principio se otorgaron mediante privilegio o reales provisiones en Castilla y cartas de infanzonía en Aragón. Posteriormente se irá regulando la concesión de títulos. Por ejemplo, Felipe IV dispone en 1664 que no se pueda obtener el título de Conde ni el de Marqués sin haber sido antes Vizconde. Carlos III, en 1775, dispone que no se concedan títulos a quienes no hubieran servido con sus personas al Rey o al público. A principios del siglo XX se dispone la Ley de 27 de mayo de 1912 por el que se dispone cómo se han de conceder, y su regulación y control es competencia del Ministerio de Justicia.
Las principales dignidades nobiliarias se gradúan de la siguiente manera: grandezas, ducados, marquesados, condados, vizcondados, baronías, señoríos y dignidades nobiliarias (por ejemplo almirante y adelantado mayor de las Indias, almirante de Aragón o mariscal de Alcalá del Valle).
Para hidalgos e infanzones véase la serie CONCESIONES DE HIDALGUÍA E INFANZONÍA.