Archivero, historiador y arabista español.

Sus cualidades intelectuales y su gran capacidad de trabajo le valió gozar del mecenazgo desinteresado de ciertas personas. La primera de ellas fue el sacerdote José María Navarro Darás, su primer profesor. Estudió en el Seminario de Valencia, obteniendo las más altas calificaciones, mientras compartía estudios de Teología con Derecho en la Universidad Central de Madrid. A pesar de solicitar ser ordenado sacerdote a los veintiún años, José María Navarro le hizo recapacitar y termina abandonando el estado clerical.

Julián Ribera, discípulo arabista de Francisco Codera y vecino de Carcagente también, le ayuda a trasladarse a Madrid. Con este nuevo mecenas aprende la lengua árabe y se matricula en la Facultad de Letras de la Universidad Central, acudiendo a los especiales de Arqueología y de la Escuela Superior de Diplomática. Fue alumno de Marcelino Menéndez Pelayo. Se licenció en 1885 con Premio Extraordinario. Un año más tarde, aprueba la oposición ingresando en el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios. Después de pasar un tiempo en el Archivo de Alcalá de Henares, se traslada a Madrid al Archivo Histórico Nacional. Además de sus estudios, conocía distintos idiomas como latín, francés, árabe, hebreo. griego, italiano, inglés o alemán.

Como proyecto personal quiso formar una "biblioteca bio-bibliográfica de la ciencia y la literatura arábigo-española" en la que estuvieran historiadores, médicos, geógrafos, matemáticos, astrónomos hispano-árabes. Esto le lleva a publicar monografías de las cuales publicó la primera de geógrafos e historiadores, considerada como única en su género. Sin embargo, la segunda quedó inédita y de la tercera solo hay esbozos.

Por otro lado, como funcionario en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, destaca el hallazgo de las escrituras mozárabes toledanas que tradujo y estudió someramente. Después de este hallazgo se inicia una correspondencia entre Francisco Pons y el arabista Francisco Javier Simonet.

Destaca su traducción del árabe la obtra de Ibn al-Tufayl, El filósofo autodidacta, que fue publicada después de su muerte por su primer mecenas, José María Navarro, con prólogo de Menéndez Pelayo que lo consideraba como antecedente de El Criticón de Baltasar Gracián.

Su proyección como gran arabista español se vio cortada cuando a los treinta y siete años de edad fallecía en la misma ciudad que le vio nacer, Carcagente. Tras su muerte dejó parte de su patrimonio a una hermana pobre y otra parte lo donó a su villa para satisfacer los gastos eclesiásticos de dos jóvenes pobres de Carcagente.