Institución
Canónigos Regulares de San AgustínOtras formas
1059
La práctica de vida común sacerdotal bajo una misma regla representa una antigua institución eclesiástica que nace de la iniciativa de algunos obispos, a partir de los siglos IV y V. Es Eusebio de Vercelli (283-371) el primer obispo conocido a introducir la vida común entre sus clérigos, seguido por Zenón de Verona (300-371), Martin de Tours (316-397), y Ambrosio de Milán (337-397).
Pero será Agustín de Hipona el verdadero impulsor de esta práctica. Una vez regresado a África tras el bautizo (388), suscitó una nueva forma de monacato en Tagaste. Una vez nombrado obispo (396) y obligado a dejar el monasterio que había fundado en las cercanías de Hipona, transformó en monasterio la misma casa episcopal; impone al clero de su catedral la regla fundada en la vida común, la renuncia de todas las propiedades, la castidad, la obediencia, la vida litúrgica y el ministerio pastoral.
Con el pasar de los tiempos, colegios de canónigos se establecen independientemente de la cátedra obispal, para reunirse alrededor iglesias menores (colegiatas), hasta fundar capítulos independientes bajo la forma de abadías y prioratos.
En la Península Ibérica, tenemos constancia de la existencia de esta práctica antigua en el IV concilio de Toledo (633), presidido por Isidoro de Sevilla. En el VIII siglo, Chrodegang de Metz (712-766) escribe una regla de inspiración benedictina para todos estos cenobios del imperio carolingio.
En el 816, el concilio de Aix-la-Chapelle (Aquisgrán), a petición de Ludovico Pío, se redacta una regla en la cual marca definitivamente la diferencia en un orden canonical y uno monástico. Estos canónigos a diferencia de los monjes, poseían bienes y disponían libremente de ellos; vivían con una renta ligadas a las propiedades y a los privilegios pertenecientes a sus capítulos: las llamadas prebendas.
A partir de entonces la abundancia de las riquezas y los cargos temporales y políticos favorecen un clima de relajación, y las comunidades empiezan a perder carisma, decayendo lentamente en toda Europa.
Será la reforma implantada a partir del concilio de Letrán (1059), organizado bajo el impulso del cardenal Hildebrando, futuro Gregorio VII, que se reorganizará jurídicamente la orden de los canónigos regulares bajo la regla de Agustín de Hipona (Ordo Novus), restaurando de esta manera el voto de pobreza y diferenciándolos de sus predecesores los canónicos seculares (Ordo Antiquus).
Este movimiento reformador afectará tanto las catedrales como las colegiatas y los prioratos. En España, uno de los cenobios de canónigos regulares agustinianos es el de Montearagón (Jesús Nazareno), en las proximidades de León, la Colegiata de San Isidoro. Entre las canónicas dedicadas a la atención de peregrinos y enfermos son célebres las de Santa Caterina de Somport (Huesca), la colegiata de Santa María de Roncesvalles (Navarra), las cuales junto con la de San Bernardo de los Alpes, formaban la trinidad de las hospederías de Europa.
En la orden canonical se diferenciaban dos tipos de canónicas: las autónomas o independientes, como catedrales y colegiatas, y las que reuniéndose en federación se reunían en congregación.
El período de mayor floridez de la orden de los canónigos regulares agustinianos será entre los siglos XI y XII. Con el siglo XIII comenzará su decadencia. En el XIV disminuyen sus monasterios y viene la relajación general que afecta a todo el continente europeo a causa de la peste. A partir del siglo XV se verificará una reacción de la orden que promocionará el surgimiento de nuevas congregaciones entre las cuales sobresalen la Congregación de Letrán y aquella Premostratense.
El siglo XVI fue un período de gran renovación. Los principales centros espirituales de los Canónigos agustinianos se reformaron, como Santa Genoveva en Paris, convertida en el centro de la congregación de Francia, y nuevas congregaciones surgieron, como la de El Salvador en Lorena; los Premostratenses también descubrieron su oleada reformadora.
La revolución francesa frenará este fervor espiritual suprimiendo todos los monasterios de la región francesa y gran parte de aquellos de Europa occidental.
Los Premostratenses se recuperaron solo en 1830, en Bélgica, para volver luego a instaurarse definitivamente en Francia solo en 1859; la Congregación Lateranense, resurgirá a partir de 1814; San Bernardo superará su crisis gracias a la protección de Napoleón.
Finalmente, Papa Juan XXIII aprobó la Confederación de los Canónigos Regulares de San Agustín organizada sobre el modelo de la federación benedictina instituida por León XIII, reuniendo en su seno los canónigos lateranenses, de Austria, de Gran San Bernardo y de San Maurice d'Augane.
ALDEA VAQUERO, Quintín; Tomás MARÍN MARTÍNEZ; José VIVES GATELL. Diccionario de historia eclesiástica de España. Madrid: Instituto Enrique Flórez - CSIC, 1972-1987.
HERTLING, Ludwig; BULLA ANGIOLINO. Storia della Chiesa. Roma: Città Nuova, 2001.