La guerra, la destrucción de las cosechas y la escasez de productos provocaron un ciclo económico de carácter inflacionario en las economías locales.
La constante presión fiscal sobre los pueblos generó la pasividad de las gentes y un rechazo a los excesos cometidos por los soldados y guerrilleros sobre sus bienes. A las malas cosechas y campos abandonados por la falta de hombres, se sumaron las epidemias (1809, 1810, 1813), la miseria y el hambre (1811-1812).
Vivir en tiempos de guerra fue una heroicidad para las capas más desfavorecidas de la sociedad. Los bagajes, alojamientos de soldados, requisas y suministros fueron continuos, junto a otros atropellos y violencias, principalmente de contenido religioso, como actos de iconoclastia y sacrilegios cometidos por los imperiales.
Las ciudades sitiadas se convirtieron en verdaderas ratoneras de muerte para la población civil: tras el asalto venía el saqueo, los robos, las violaciones de las mujeres, los incendios y excesos de todo tipo.
La guerra introdujo la inseguridad, trajo la muerte y el caos a todas partes, y alteró la cotidianidad de la vida diaria, las costumbres religiosas, la diversión y el esparcimiento. La mujer alcanzó un nuevo protagonismo en la esfera pública, realizando tareas de aprovisionamiento y de organización de la resistencia.
Durante la guerra se incrementaron las separaciones matrimoniales, creció el número de hijos ilegítimos, la cohabitación de personas no casadas y el adulterio. En definitiva, la guerra introdujo una cierta relajación de costumbres y un tímido proceso de secularización en España.
Las celebraciones patrióticas se institucionalizaron (Dos de Mayo, proclamación de la Constitución) y, en la España josefina, se potenciaron las corridas de toros y la fiesta del Emperador (15 de agosto). La Guerra de la Independencia se convirtió, a la postre, en paradigma de todas las guerras modernas.
La violencia, ejercida sin límites en esta contienda, nos muestra lo peor del hombre, la deshumanización total y la barbarie.
España se empobreció. La guerra sesgó la vida de muchos españoles, también aumentó la mortalidad por la crisis de subsistencias (1812) y las reiteradas epidemias sufridas por la población. Las destrucciones de bienes de todo tipo fueron cuantiosas. Se esquilmó el patrimonio histórico y se retrasó el crecimiento económico en unos treinta años.
¿Cómo sobrevivir a tanta barbarie? En muchos pueblos estallaron movimientos populares de protesta por los alistamientos irregulares, requisas desorbitadas y actuaciones arbitrarias de las juntas. Los conflictos sociales se extendieron entre los campesinos que vivían sojuzgados desde antiguo. La Iglesia tuvo un gran protagonismo pues, junto a otros festejos cívicos con motivo de la proclamación de la Constitución, en las iglesias se celebraban las victorias.
Actitudes populares ante la guerra
El gran protagonista de la Guerra de la Independencia fue el pueblo y sus motivaciones fueron diversas e imprecisas. Las masas populares irrumpieron por primera vez en la Historia de España en la vida política y social de la nación.
El conflicto social: disturbios y resistencias
El fracaso de las instituciones permitió que salieran a la luz los antagonismos sociales, propios de una sociedad estamental basada en los privilegios: resistencia a la movilización y oposición a las quintas, ajustes de cuentas, ataques a la propiedad y a los colaboradores con el enemigo.
Costumbres, festejos, distracciones y diversiones
Los ciudadanos vivieron la contienda de forma diferente según su condición social y el lugar donde les tocó vivir. La guerra trastocó la rutina diaria de las gentes e introdujo cambios en las costumbres, en las diversiones y en las formas de vida.
La enseñanza
Durante la guerra las actividades académicas de los colegios militares continuaron en otros lugares, como hizo el Real Colegio de Artillería de Segovia. Algunos maestros intentaron abrir escuelas en las ciudades libres y los estudiantes universitarios de los últimos cursos insistieron en conseguir sus títulos.
En muchos pueblos estallaron alborotos populares dirigidos contra los franceses avecinados y contra quienes eran sospechosos de colaborar con ellos o eran afrancesados. La represión se llevó a cabo a través de tribunales extraordinarios del Crimen, establecidos por la Junta Central. En los territorios dominados por los franceses, la represión de los insurrectos fue ejecutada, principalmente, por la Policía General. El trato a los prisioneros fue, por lo general, inhumano.
Tribunales extraordinarios de Vigilancia y de Seguridad Pública
Para proteger la seguridad interior del Estado y a los ciudadanos, el Gobierno de la nación creó tribunales extraordinarios de Vigilancia y de Seguridad Pública en muchas ciudades.
La represión de los insurrectos
Los gobernadores militares franceses tomaron medidas represivas en las provincias que controlaban contra las personas que apoyaban la causa patriótica y el gobierno de las juntas.
La represión a franceses y afrancesados
Cuantos colaboraron con el Gobierno intruso fueron considerados traidores a la patria y perseguidos, lo mismo que los franceses residentes, cuyos bienes fueron embargados. También algunos soldados imperiales fueron ejecutados.
Prisioneros
Los prisioneros franceses sufrieron, a menudo, un trato tan vejatorio como los españoles que cayeron en sus manos. Los prisioneros de Bailén, que acabaron en la isla de Cabrera, vivieron la dura experiencia de un verdadero campo de concentración.
El expolio del patrimonio histórico
Tras las batallas y el fin de los asedios, los franceses practicaron de forma sistemática el saqueo y el pillaje en los pueblos y ciudades ocupados. De esta forma, desapareció una parte importante de las obras de arte, objetos de valor y bibliotecas de iglesias, monasterios, catedrales e instituciones privadas.
La Guerra de la Independencia se convirtió en una guerra total, donde todo fue válido, sin límite alguno. La violencia y la represión indiscriminada sobre la población civil la ejercieron todos los contendientes sin ningún miramiento. Al introducir la cultura de la violencia, que trastornó a la sociedad española durante mucho tiempo, esta guerra se puede considerar como paradigma de las guerras modernas.
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