Se puede decir que no hubo un planteamiento racional de la guerra, todo fue desmesura e irracionalidad. Aplicando los modelos europeos, España debió rendirse tras los desastres de Espinosa, Gamonal y Tudela, cuando Napoleón, después de hacerlo en Somosierra, entró en Madrid, tras la derrota de Ocaña o la ocupación de Andalucía por los franceses, o tras la pérdida de Valencia y la captura del Ejército de Blake.
Pero, a pesar de todo, se impuso la voluntad de vencer. El propósito colectivo, de civiles y militares, llevó a la guerra de sitios, de Zaragoza a Badajoz, pagando un alto precio: más de 106.000 hombres sacrificados por parte del Ejército, mientras que en las 12 principales batallas sólo fueron 76.000. A ello hay que sumar el cansancio que comportaron los sitios, el desgaste psicológico de las tropas y la proliferación de enfermedades por el hacinamiento en las trincheras que diezmó a la población civil. Los numerosos asedios, también a las pequeñas fortalezas, se debieron en gran medida a la peculiaridad del territorio peninsular, muy compartimentado, con malas comunicaciones, y a la pobreza agrícola. No sorprende que los dos grandes militares, tanto el británico Wellington como el francés Suchet, se vieran implicados en tantos asedios como batallas campales.
© Ministerio de Cultura y Deporte - Gobierno de España