En España, desde 1808, la contrapropaganda política de los patriotas tenía como objeto combatir mejor al invasor en el terreno ideológico, al construir un discurso que actuaba como catalizador del esfuerzo popular en la lucha.
Las proclamas, manifiestos, folletos, discursos, cartas, reflexiones, exposiciones, catecismos, comedias menores, fábulas, poesías y todo tipo de panfletos, anónimos en su mayor parte y publicados en los primeros años, tienen un claro objetivo antifrancés y antinapoleónico. Presentan a la persona de Napoleón como el enviado a Europa para destruir la humanidad. Su ambición insaciable lo convierte en tirano de Europa, verdugo de la humanidad y azote del género humano, un hombre perverso, maquiavélico, pérfido aliado que quiso esclavizar a España y Portugal.
Los patriotas españoles, principalmente los eclesiásticos, difundieron en todas las provincias la imagen de Napoleón como prototipo de antihéroe frente al mito por ellos creado del Deseado Fernando. Las imágenes construidas son antagónicas, el tigre con sus potentes garras frente al inocente cordero, como aparece en la Oración fúnebre que pronunció en 1809 el doctor Agustín Torres ante el claustro de profesores de la Universidad de Cervera en el aniversario del Dos de Mayo.
Napoleón se asocia a las fuerzas del mal y a una escatología infernal y diabólica, y se destaca su rapacidad, brutalidad y libertinaje. Los libelos lo relacionan con la figura del demonio, el anticristo, la bestia del Apocalipsis o el mismo Atila. Sus lugartenientes aparecen dibujados a través de unos estereotipos, el cruel Murat en España, y en Portugal el manco sanguinario Loison (o maneta). Los partidarios de los franceses son traidores o jacobinos, y también se les calificó de apóstatas, herejes, judíos y luteranos, sinónimos todos ellos de anticatólicos.
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