El número máximo de soldados napoleónicos durante la guerra no sobrepasó los cuatrocientos mil frente a los ciento noventa mil españoles y cincuenta y ocho mil anglo-portugueses. Dos terceras partes de la oficialidad española procedían de la clase de cadetes y el otro tercio provenía de la clase de sargentos. Los oficiales se formaban en la prestigiosa Academia de Artillería del Real Colegio de Segovia, de Infantería y Caballería en Zamora y de Ingenieros en Alcalá de Henares.
El Ejército español tenía menor preparación que el francés, era pequeño, estaba disperso, sin organización ni coordinación del mando, pero el conocimiento del medio y el relieve montañoso peninsular jugaron a su favor.
El Estado Mayor General fue impulsado por Joaquín Blake y comenzó su andadura en junio de 1810. En septiembre de 1812, fue designado Wellington generalísimo de los ejércitos españoles, y se constituyó el Estado Mayor en Fuentes de Oñoro.
Los cuerpos de Infantería, Artillería, Caballería, Ingenieros y Marina eran la base del Ejército español. Hubo una estrecha colaboración con la Escuadra Británica, que mantuvo su base principal en Gibraltar, y con el Ejército aliado.
No existía un cuerpo de Sanidad Militar, creado a mitad del siglo XIX, ni hospitales militares. Los enfermos y heridos fueron atendidos en hospitales civiles, iglesias y conventos. Tampoco había un cuerpo de Intendencia para la provisión de víveres.
Junto al Ejército regular colaboraron las milicias provinciales, con la tarea preferente de proteger las ciudades que podían ser atacadas por los franceses, y las guerrillas que sorprendían a las columnas enemigas.
Sin la experiencia necesaria, instrucción ni disciplina, los ejércitos de operaciones mostraron su debilidad e inferioridad en los grandes enfrentamientos campales con el enemigo, sobre todo en la campaña de otoño-invierno de 1808-1809.
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