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BenedictinosOtras formas
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El término 'Benedictinos' se utiliza, en sentido amplio, para referirse a aquellos monjes que siguen la Regula monachorum atribuida tradicionalmente a san Benito de Nursia (480-547), que surge en el panorama monástico de Occidente a principios del siglo VI. De forma restrictiva, alude a los conocidos como 'monjes negros', en contraposición a todos aquellos movimientos reformistas que, surgidos a partir del siglo XI como reacción a lo que consideraban una relajación en la observancia de la regla por parte de monasterios y congregaciones como la cluniacense, emplearon el color blanco en sus hábitos y se conocieron como 'monjes blancos' (cistercienses, camaldulenses, silvestrinos, coronenses, etc.).
Los benedictinos nunca formaron un organismo unitario que se pueda llamar 'orden', ni siquiera en la actualidad. Benito de Nursia fundó doce monasterios, nada más. Su regla, eso sí, se fue extendiendo por toda Europa y gracias a la reforma llevada a cabo por Benito de Aniano (750-821) en los monasterios del Imperio con el apoyo de Carlomagno y Ludovico Pío, trató de imponerse como norma de vida para todos los monasterios (Concilios de Aquisgrán de 816 y 817). Otras reformas, como la emprendida por Cluny a principios del siglo X contribuyeron a la difusión de la regla por Occidente.
Lo que hoy se conoce como Orden de San Benito es en realidad una confederación de congregaciones autónomas y monasterios independientes unidos entre sí por la paternidad espiritual de san Benito y el seguimiento de su regla. Fue creada el 12 de julio de 1893 por el papa León XIII mediante el breve Summum semper. Está presidida por un abad primado que tiene su sede en el monasterio Ateneo Pontificio y colegio universitario de San Anselmo de Roma, a su vez casa común de la confederación. En la actualidad las congregaciones que la conforman son: Montecasino, Inglesa, Húngara, Suiza, Austriaca, Bávara, Brasileña, Solesmes, Americano-Casinense, Subiaco, Beuron, Suizo-Americana, Santa Otilia, Anunciación, Eslava, Monte Oliveto, Velle-Umbrosa, la Camáldula, Holandesa, Silvestrinos y Cono-Sur.
La llegada del benedictinismo a la Península Ibérica es tardía en relación a otros países europeos. Las primeras noticias que tenemos del seguimiento de la regla benedictina se sitúan en la Marca Hispánica durante la primera mitad del siglo IX: Sant Esteve de Banyoles (822) y Tavernoles (834). Ya en la décima centuria la encontramos mencionada en la documentación de San Cugat del Vallès, Alaón, Besalú, etc. Fuera de este ámbito geográfico de influencia carolingia, la primera mención de la regla de san Benito se encuentra en el monasterio leonés de Abellar (905), documentándose también en el siglo X en algunos monasterios de Castilla, León y La Rioja (Sahagún, Albelda, Silos, Cardeña, San Millán de la Cogolla...). En Aragón y Navarra habrá que esperar al primer tercio del siglo XI, y en Asturias y Galicia a mediados de este siglo. La penetración cluniacense que se produce con el apoyo de Fernando I (1037-1065) y Alfonso VI (1066-1109) contribuyó sobremanera a la plena difusión de la vida benedictina en los reinos hispánicos. No hay que olvidar que el Concilio de Coyanza (1055) consideró la regla de san Benito como la norma de vida por excelencia para todos los monjes.
A comienzos de la década de los 40 del siglo XII comenzó la penetración cisterciense en la Península. Muchos monasterios se fundaron exnovo pero otros muchos fueron afiliaciones de cenobios preexistentes que ya seguían la regla benedictina. El éxito de los monjes blancos fue tal que el IV Concilio de Letrán (1215) ordenó que los monasterios benedictinos se organizaran en provincias en las que se celebrasen capítulos generales y estableciesen sistemas de visitas al modo que se hacía en Císter. De este modo, a lo largo del siglo XIII, se documentan actuaciones de capítulos generales en León y en la provincia Tarraconense. Los prioratos cluniacenses, por su parte, se mantuvieron independientes y constituyeron la provincia de Hispania, supervisada por un camerarius.
La crisis que a comienzos del siglo XIV asolaba a los monasterios europeos, tanto a nivel económico como en lo tocante a la observancia de las costumbres, hizo que el papa Benedicto II promulgara el 20 de junio de 1336 la bula Summi Magistri dignatio dirigida al conjunto de casas benedictinas, de ahí que sea conocida como Benedictina. Entre los asuntos tratados, se quiso poner en firme las prescripciones del concilio lateranense sobre las provincias y sus respectivos capítulos generales y sistemas de visitas. En la Península Ibérica se formaron tres provincias: la Tarraconense y Cesaraugustana, que agrupaba a los monasterios de Cataluña, Valencia, Baleares, Aragón, Navarra y la Rioja; la Compostelana, que englobaba a los de Portugal y diócesis gallegas, Oviedo, León, Astorga, Zamora, Salamanca, Ciudad Rodrigo y Avila; y la Toledana, que comprendía las diócesis de Burgos, Osma, Palencia, Sigüenza, Toledo y Tarazona. No obstante, aquellos monasterios que no extuvieran exentos de la jurisdicción episcopal, serían visitados por sus respectivos prelados.
El rey Juan I promovió una renovación de la vida monástica (supresión de las encomiendas laicas, introducción de la Cartuja en Castilla y de los jerónimos en Guadalupe...), y en el marco de esas reformas hay que situar la fundación de San Benito en Valladolid (1389). Las costumbres que se implantaron en el monasterio vallisoletano se extendieron a otros cenobios a lo largo del siglo XV y finalmente, en 1500, se erigió la Congregación de San Benito de Valladolid, que terminaría incorporando todos los monasterios benedictinos de la corona de Castilla más tres casas catalanas (Montserrat, Bagues y Guixols). Los monasterios de la provincia Tarraconense-Cesaraugustana no adoptaron las observancias vallisoletanas, y tomaron el nombre de Congregación Claustral Tarraconense Cesaraugustana.
Las desamortizaciones del primer tercio del siglo XIX terminaron con la vida monástica masculina en España. Las comunidades femeninas pudieron seguir viviendo en sus monasterios. Con la restauración borbónica comenzaron a restaurarse algunos de los antiguos monasterios benedictinos: Silos y Samos en 1880, Valvanera en 1883, etc.
Colombás, García M.. La tradición benedictina: ensayo histórico. Zamora: Monte Casino. 1989 - 2002. 10 t..
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